“Sueña grande y conseguirás todo lo que te propongas”… o eso dicen.
Recuerdo perfectamente el día en que le dije a mi marido que me iba a tomar el blog en serio, que estaba claro que para conseguir el éxito de un blog era cuestión de echarle horas, de ser constante en las publicaciones, de generar contenido “del bueno”, de hacerlo lo más profesionalmente posible… incluso recuerdo una charla de un coach que tenía una especie de fórmula matemática con la que según las horas que le dedicaras al día a tu proyecto necesitarías “x” años para lograr el éxito… Bien, me puse a hacer cuentas y con las 3 horas al día que podía dedicarle plenamente al blog, en 5 años ¡lo iba a petar! Ejem, pues HOY ESTE BLOG CUMPLE 7 AÑOS… y aquí estamos, jajajaja…
No digo que esté igual, porque después de tantos años es imposible estar igual, existe un cambio notorio (mas canas, jajaja) y una evolución constante pero, reconozco, que no estoy donde pensaba que iba a estar después de tantas horas robadas al sueño y a mi familia, después de tanta investigación, después de tanto pensar en esta forma o aquella para hacer algo nuevo, después de tanto… y aun así, ¿INSUFICIENTE?
Y es que, desde fuera todo este mundo de los blogs, de Internet y de las redes sociales se ve tan fácil y tan bonito, que no pocos piensan que todo es querer para poder… ah, el famoso “SI TÚ QUIERES, PUEDES”. Luego nos sorprende que nuestros hijos nos digan que de mayores quieren ser influencers o youtubers, “¡con lo fácil que es vivir de esto!” Pues no, amigos, ¡esto es muy cansao! Y si no tienes cuidado hasta te puede dar una depresión como no lo gestiones bien.
PERSEVERA… ese era el mantra que me repetía día tras día porque realmente pensaba que mi esfuerzo y mis sacrificios (sobre todo de sueño y de tiempo con mi familia) iban a dar sus frutos tarde o temprano, era sólo cuestión de tiempo… ¿Quién no sueña con poder dedicarse a lo que le apasiona? Con los años, y como ya os he contado otras veces, me fui dando cuenta de que esto de tener éxito no sólo dependía de mi esfuerzo, sino que existían muchas más variables ajenas a mi esfuerzo y empeño que afectaban a esa posibilidad de tener éxito.
Así que el verano pasado pegué un frenazo de los gordos, se generó en mi una tremenda apatía tras una falta de motivación derivada de diversas decepciones que me había estado llevando: post que no se leen a pesar del trabajo que te han dado, marcas que pretenden sacar beneficio de tu trabajo a cambio de nada, proyectos que te prometen el cielo y acaban dejándote caer, promesas e ilusiones que se van quedando en el camino… y un día te paras a pensar si realmente merece la pena.
Aproveché las vacaciones de verano para AUTOCUIDARME de una vez, cerrando el ordenador y alimentando a las redes sociales lo mínimo como para no desaparecer del mapa (¡es lo que tienen las redes sociales, amigos!). Leí muchos libros que no eran de crianza, eran de historias maravillosas que me hacían, por fin, desconectar de todo esto. Sin prisas, sin presiones, sin obligaciones.
Me concedí el verano de vacaciones de verdad, de estar con los míos, de no hacer absolutamente nada en el blog… ¡y se estaba tan bien! Incluso me plantee cerrarlo y olvidarme de todo esto… pero, ¿y todo este trabajo de años para nada? ¿y el dolor de darle carpetazo a un sueño? ¿y escribir? ESCRIBIR… ni sueños, ni marcas, ni cifras, ni redes sociales, ni rankings, ni nada valía tanto la pena como volver a escribir. Lo sé, para qué necesito un blog, siempre podría escribir donde quisiera, en una libreta, en un post it, en un papel cualquiera, pero… ¿y la satisfacción de compartir todos esos pensamientos, todos esos descubrimientos, todos esos conocimientos…? ¿Y el placer de contar historias?
En septiembre, cuando decidí retomar el blog de nuevo y escribir un nuevo post sobre el verano, las palabras no salían, sabía lo que quería contar pero la historia estaba atascada en mi cabeza, me había oxidado totalmente. “¿Que te ha pasado Elisa?” Me preguntaba a mí misma… Revisé antiguos post y yo misma me maravillaba de lo increíbles que eran muchos de ellos “¿pero como fui capaz de escribir algo tan intenso, tan lleno de verdad, tan lleno de aprendizaje, tan lleno… de mi?”. Lo llaman pasión, mis satélites… PASIÓN.
Vivimos en una sociedad donde sólo se aplaude el éxito, donde las zonas de confort son incómodas, donde hay que brillar, correr, destacar, emprender, ser mejor cada día, donde hay que reinventarse, donde hay que ser nuevo, fresco, diferente, rompedor, innovador, donde hay que ser líder, donde si quieres puedes, donde no se puede parar porque si paras caerás en el olvido, donde hay que… SOÑAR GRANDE.
Pues, a veces, hay que PARAR, mirarse bien adentro, dejar de estar en el foco, desandar un poco el camino, como quien deshace un jersey porque se le ha ido un punto, y toca volver a mirar el patrón, no del sueño grande, sino de aquella pequeña partícula de energía que un día te hizo empezar, encontrar el origen, la raíz… y recrearse en uno mismo, en el placer de decir “NO, hoy NO”, porque quieres descansar, porque el mundo seguirá girando si publicas un viernes en vez de un lunes, porque la vida pasa y ellos crecen muy rápido, porque los besos que no se dan hoy son besos perdidos, porque en la mesita de noche me esperan historias contadas para ser leídas, porque los sueños se sueñan durmiendo las horas que tocan, porque las historias salen cuando salen, y la inspiración nace en el momento más inesperado, porque cuando no esperas nada, lo esperas TODO.
Y así comencé este 2020, sin presiones, sin agenda, sin proyectos, sin nada… pero CONMIGO. Y es cuando te das cuenta de que el sueño mas grande es tu vida misma, que el éxito reside en la maravillosa proeza de levantarte cada mañana, en tener un amor verdadero multiplicado por tres, en salir a la calle y sentir el sol, la lluvia, el frío, el viento… y si de paso, se te ocurre una buena historia que contar, pues la escribes.
Hoy no sabía que escribir para el 7º aniversario del Planeta Mamy y ha salido todo esto sin orden ni concierto, pero con una melodía que se escucha entre líneas… APRENDIZAJE, REFLEXIÓN Y SERENIDAD.
Y a ti, querido satélite, solo me queda darte las gracias de corazón por seguir aquí, orbitando, durante tantos años… ¿que sería de un planeta sin la compañía de sus satélites? Nuestra gravedad nos une, nos mantiene, nos retroalimenta, nos completa… porque ¿si estuviéramos solos, cuanto espacio desaprovechado, verdad?
Feliz 7º aniversario, mis satélites… se os quiere infinito.
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