La depresión, en general, ya es de por sí una enfermedad bastante invisible, que siempre se enmascara como “estados de tristeza” o “apatía” a los ojos de la sociedad, pero en la que confluyen muchísimos detonantes y causas, y que sólo se cura con compresión y ayuda profesional.
Pero, como todo lo que acontece en este frenético mundo donde lo nuevo caduca hoy, donde la exposición social llega a ser enfermiza, nos desayunamos con nuevos problemas y trastornos, precisamente, en los más jóvenes, aunque, hoy en día, no se libra ninguno.
Los psiquiatras han constatado un incremento de consultas de jóvenes y menores de 18 años que abusan de las redes sociales y que padecen depresión, tienen baja autoestima, rechazan su imagen corporal, afrontan de forma inadecuada las dificultades cotidianas y a veces también sufren un “vacío existencial”
(fuente: Noticias de Navarra)
“Depresión Invisible”, así la han bautizado los expertos, porque no se ve en la vida física pero sí en la virtual, es esa vorágine de likes, “amigos”, filtros, postureos, selfies y seguidores que acaba minando la autoestima de quien está al otro lado de la pantalla… y si es un adolescente (puede que incluso un niño más pequeño) acabe derivando en un episodio depresivo. Y el problema es que, al igual que en los casos de cyberbulling, no acaba nunca, no hay refugio, porque el móvil y las redes sociales son la nueva droga del siglo XXI… Las redes “no duermen”.
Los niños de hoy en día, que se declaran fans de “El Rubius” (que por cierto está de baja por ansiedad debido a la sobreexposición y pérdida de identidad personal… no me extraña), sueñan con esa vida fácil y mega filtrada de los “youtubers” o los influencers. No ven más allá… los filtros de las imágenes, el marketing encubierto, las palabras escogidas y esa “vida perfecta” en las redes que se convierte en casi un “esclavismo” para quien todos los días tiene que mostrar al mundo un personaje, una actuación de alguien que no es como se puede ver en en Internet o, al menos, no lo es las 24 horas del día.
En mi caso, siendo blogger, me pasa a diario y, de vez en cuando, sufro de episodios de abatimiento, hastío o falta de creatividad porque no es nada fácil enfrentarse a una página en blanco y contar algo que no hayas contado ya, o que está tan manido que tienes que darle una nueva vuelta de tuerca para imbuirlo de tu estilo propio, para ser cada día diferente, fresca, nueva, mejor…
Es una carrera diaria contra la competencia del sector en el que te mueves, donde te juran que es la calidad de tu contenido la que te hará triunfar, cuando rascando un poco te das cuenta que el éxito se basa más en cuantos padrinos o seguidores tienes… o eso, o tener un golpe de suerte, pero hasta esa suerte luego te la tienes que currar, porque en este mundillo, en el momento en que te detienes, DESAPARECES. Es un examen diario, donde te enfrentas cada día a la aceptación, a la valoración de tu trabajo, aunque quien te ponga nota no tenga ni idea de a qué hora te acostaste ayer para poder publicarlo esta mañana… y no siempre lo que más trabajo te ha llevado es lo que más llega a las personas, lo que mas gusta, lo que mas se comparte, es tan imprevisible como una ruleta rusa.
Yo, una noche cualquiera, arañando horas al día, sólo por dar lo mejor de mi misma… ¿que precio tienen los sueños?
Todo esto se lo conté hace poco a un grupo de niños de 4º de primaria… ¿sabéis cuál fue su primera pregunta? No, no fue cuantas horas le dedicas al blog, o en qué te inspiras para escribir, o que es lo que más te gusta de tener un blog… no, la pregunta fue “¿Cuántos seguidores tienes?”. No hace falta decir mucho más…
Estoy orgullosa de todos los seguidores que, a base de mucho esfuerzo diario, tengo hoy en día, pero claro, si ellos mismos te los comparan con los millones de seguidores que tiene “El Rubius”, ya no soy tan interesante, ni tan importante, ni tan válida… lo mismo que pensarán muchas marcas sobre mí, esas que miran las cifras, pero no se paran a leer ni el “sobre mi” de mi blog para saber quién está detrás de Planeta Mamy…
Y, cómo les sucede a estos chicos y chicas de la “Generación Z”, te ves igualmente presa del móvil las 24h, para “estar” ahí siempre, para no desaparecer, para ser aceptada, para tener “visibilidad” en un mundo virtual donde todo el mundo se levanta de puntillas un poquito más para ver si es capaz de destacar por encima de ti… y si fuera necesario, hasta darte con un mazo para que no sobresalgas más que ellos.
Yo, con más de 40 años a mis espaldas, con una personalidad y autoestima más desarrollada, aun soy capaz de detenerme y reflexionar sobre todo esto, de ser consciente de hasta qué punto puedo pagar el precio de la fama, la valoración, el respeto, la admiración… o de la falta de todo ello. Pero, imaginaos a unos chavales de 13 años a los que les regalan “por fin” un móvil donde verán en You Tube de todo menos canales educativos para hacer los deberes en casa, donde subirán fotos sin pensar en el día de mañana, porque todo quedará ahí, imborrable, y que incluso un futuro empleo dependerá de esa cuenta de Instagram o de Facebook, donde serán esclavos, adictos de la dependencia continua de ser “amados” por códigos binarios y algoritmos, en vez de por quien tienen a su lado…
Y, en realidad, somos nosotros los padres y madres los que peor ejemplo damos, los que ponemos ese “secuestrador de mentes”, ese enajenador, ese alienador en las manos de nuestros hijos, a veces, incluso, con poco más de 9 años… Internet y las redes sociales no son las herramientas del demonio, si las usas bien, claro y, si ni si quiera nosotros, los adultos somos capaces de manejarlas, ¿qué podemos esperar de nuestros hijos?
Como siempre os aconsejo, aprendamos nosotros primero a caminar por esta nueva “selva” y luego enseñemos a nuestros hijos los límites para vivir o sobrevivir en ella, porque este nuevo entorno ha venido para quedarse y sólo puede hacerse mas y mas grande cada vez….
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