Me acuerdo del día que recogí mi título de la EGB en el despacho de la directora de mi colegio. Tenía entonces 13 años y recuerdo mirar mi nota final de “notable” con orgullo pero, a la vez, acabar un tanto decepcionada al encontrar en la hoja final del libro de escolaridad que le acompañaba, una especie de cuño donde se rellenaba una indicación para lo que se te recomendaba seguir estudiando. En mi caso fue “Se recomienda para FP”.
Reconozco que nunca he sido una alumna de matrículas de honor, pero si que sacaba muchos notables y algún que otro sobresaliente. Eso sí, con las matemáticas me resultaba imposible, no había manera. Aún recuerdo mis notas de la EGB, todas con su P. A. (Progresa Adecuadamente) y aquel N.M. (Necesita Mejorar) en negro carbón, como un estigma, grabado a fuego en aquella cartulina blanca. “Una mancha en su expediente” como dirían en las películas, una lacra para siempre, diría yo.
Siempre he sido un “zote” en matemáticas y toda mi vida he creído que el problema estaba en mí pero, a medida que he ido haciéndome mayor y gracias a este blog, he investigado más sobre pedagogía y sus nuevas metodologías (por proyectos, basándose en el juego, inteligencias múltiples, etc…) y entonces pienso que quizás mi problema con las “mates” no era mío o al menos no sólo mio, sino también de quien me las enseñaba y de la forma de enseñarlas. Recuerdo aquel bloqueo mental ante a la pizarra, con la tiza en mis manos temblorosas frente aquella operación que a mi me parecía un galimatías numérico, mientras los ojos inyectados en sangre de mi profesor anunciaban el grito de desesperación posterior hacia mi falta de lucidez con los números.
Eran otros tiempos si, había muchos niños en clase, quizás 35 o más, como para que un profesor tuviese paciencia con una niña que sacaba buenas notas en general pero que nunca entendió las matemáticas y, hoy en día, sigue odiándolas, como quien odia la sopa de pescado porque de niño se la hacían comer casi con embudo. Sin embargo, a cabezonería no me gana nadie y por una sola asignatura no me iba a hundir, y aunque siempre llevé las “mates” arrastras, al final, con mucho esfuerzo y muchas clases particulares, curso a curso las fui aprobando, aunque fuese con un 5 raspado.
Paradójicamente, la vida me repite la misma situación con mi hija. No hay manera, desde que empezó primaria lleva las matemáticas arrastras, no le entran en la cabeza, y a veces, aunque parece que ha conseguido entender alguna cosa, al día siguiente es como si tuviera “amnesia matemática” y todo le vuelve a sonar a chino, y yo me veo tan reflejada en ella que me encuentro luchando conmigo misma por no contagiarle ese odio que le tengo a los números.
Quién sabe lo qué le pasó para no entender las matemáticas, para no amarlas… ¿Quizá fue ese cambio tan brusco entre infantil y primaria como cuentan en este post de Guía Infantil? Pasan de cantar y de hacer actividades en grupo, a la disciplina pura y dura de estar sentados, callados y con suerte con un compañero de mesa. Y de regalo cartillas y libros de operaciones, para clase, para casa, ejercicios y problemas a todas horas. Algo debió fallar en ese proceso… quizás se debió a un profesor ya cansado y quemado por el sistema, o que aun daba clase con metodologías mas propias de mi época. Que importante es tener un profesor motivado, apasionado por su trabajo y por lo que hace y como, a veces, estas “rara avis” pueden cambiarte la vida significativamente.
Ayer mi hija, la que no se aclara con las matemáticas, vino diciéndome que de mayor quería ser ¡CIENTÍFICA! ¿Cómo? No puede ser… en ese momento vinieron a mi cabeza todas las fórmulas de física, de química, ¡¡incluso la tabla periódica!! En fin, ¡muchos números! Jajaja… pero lejos de intentar hacerle cambiar de idea recordándole la de “mates” que hay en la ciencia, yo le dije que me parecía súper interesante esa elección y nos pusimos a pensar entre las dos que tipo de ciencias le gustaría estudiar. Finalmente, ella dijo que le gustaría ser bióloga, para mirar bacterias y microorganismos por el microscopio y conseguir descubrir una vacuna para salvar vidas. Lo sé, yo también me quedé sin palabras.
Todo esto ha sido porque este mes han estado en clase trabajando en la asignatura de naturales en un proyecto sobre los reinos de los seres vivos y a su grupo le tocó el de las bacterias. Nada de ponerse a “empollar” el libro como en mi época, no… recopilar información por grupos de Internet o de donde sea, trabajo de campo bajando al río para tomar muestras de agua y mirarlas por el microscopio, y finalmente la exposición de los trabajos en clase… y claro, ella ha venido fascinada con la idea de dedicar su vida a la ciencia. Quizá mañana me diga que quiere ser peluquera, pero, ¿quién soy yo para poner trabas a esa incipiente pasión? ¿No será mejor alentarla y hacerle ver que con trabajo y esfuerzo todo es posible y hacerle sentir que ella es muy capaz si se lo propone en serio? Ya os hablé sobre la importancia del “Efecto Pigmalión” y la motivación en los estudios, fomentandolo tanto desde la figura del profesor (gracias Fran) como desde casa…
Precisamente, ayer escuchaba el último podcast del Espacio Madresfera en Fundación Telefónica y hablaban sobre este tema, sobre la ciencia y los niños, pero principalmente sobre como desde siempre la ciencia y las niñas parecía que no eran compatibles, porque “no estamos hechas para hacer descubrimientos”, sino para cuidar de la sociedad, el eterno estereotipo de la mujer… ¿donde quedan entonces Marie Curie, Rosalind Franklin o Mariana Weissman?. Incluso hablaron sobre estudios realizados (minuto 65) en clases de niños de 5 años donde había que copiar de memoria un dibujo geométrico. A la mitad de la clase se le dijo que era un ejercicio de dibujo y a la otra mitad que era un ejercicio de geometría. En el primer caso, las niñas lo hicieron súper bien, igual que los niños, sin embargo, en el segundo caso, lo hicieron peor que los niños porque a edades tan tempranas el estereotipo de que “las niñas son menos listas y se tienen que dedicar a tareas menos importantes” ya está tan imbuido en sus tiernas mentes, que se auto censuran sus propias capacidades y el “yo no puedo” o “esto no es para chicas” va por delante. De nuevo, que importante es el “Efecto Pigmalión”.
Y todo esto me recuerda la relevancia de empezar desde muy pequeños a no marcar esos estereotipos, tanto en el caso de las niñas como en el de los niños, incluso en la elección de los juguetes, aunque ahí los propios fabricantes y los puntos de venta con sus catálogos de juguetes son los primeros que tienen que cambiar la forma de presentarlos sin caer en clichés, tratando de evitar el hecho de que siempre sean las niñas las que salen en las fotos del catalogo con la cocinita, el bebé con el carrito y la máquina de coser (por supuesto todo ello rosa) y los niños con coches, pelotas o juguetes de médicos, químicos, policías o bomberos.
No hace falta ser superdotados para ser científicos, sino ponerle ganas, tener curiosidad y perseverar por alcanzar los sueños… aunque no se te den bien las matemáticas.
“Hace mas el que quiere que el que puede“…..ya lo decía mi madre….
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6 Comentarios
Veo que hemos llevado trayectorias educativas ciertamente similares… 😉 A mí las mates se me cruzaron en 6º de EGB, y de ahí hasta el fin. Y también pienso que no tuve profes buenos. Ahora las aprecio más, como desde otro punto de vista, y me da rabia haberme quedado atrás con eso. ¡Qué importante es que un buen profesor se cruce en tu camino! Esperemos que nuestros peques corran mejor suerte.
Hola Sem!! Si, creo que por desgracia, es un mal común, jajaja… pero si, es super importante tener un profe motivado y con ganas de enseñar y sobre todo mejorar y adaptarse a las nuevas tendencias educativas. Mi hija las lleva mal desde 1º de primaria y parece una tontería, pero la base la tiene fatal y las lleva arrastrando pese que su actual profe es una maravilla. En fin, seguiremos perseverando! Un abrazo!
Cuánto me identifico contigo y con tu hija! Definitivamente algo falla. Tu hija, como nosotras, tendrá otra forma de entenderlas (necesitará otra metodología), y puede que todavía no hayan dado con ella. Muchísima paciencia, y sobre todo, evitad la frustración. Me encanta lo de que quiera ser científica. De hecho, puede aprender la tabla periódica como un juego también, sin tener que suponerle un trauma (como nos lo supuso a los alumnos logse y previos). Muchos besos y ánimo, que no se nos olvide que nuestro cerebro es demasiado inteligente como para no poder con las clases. Sólo necesitamos encontrar el camino que más se amolde a nosotros
Gracias Sara! Es tal y como lo dices, hay que buscar alternativas pero nunca rendirse! Un abrazote
Uf! Que dilema, yo creo que deben estudiar lo que les gusta y apoyarlos extra en lo que flogean .El que lo sigue lo consige
Exacto, hay que apoyarles y enseñarles a perseverar!